San Pedro de Cardeña - Burgos -

 

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12/07/2013

 

 

Comentando  la  Palabra

 

    Homilías y otros textos de nuestro

                     Abad Roberto de la Iglesia

DOMINGO DE PENTECOSTÉS  2013

Queridos hnos:

Celebrar la fiesta de Pentecostés es como celebrar por segunda vez la Pascua del Señor. De hecho, Jesús fue resucitado por el Padre en virtud del Espíritu Santo, y es el Espíritu el que conserva en la Iglesia la memoria de la resurrección y el que resucitará nuestros cuerpos mortales en el último día. Sin el Espíritu no hay Pascua, sin el Espíritu no se resucita, sin el Espíritu no se puede creer en Jesús como el Señor Resucitado, él es la prenda de nuestra propia Resurrección.

Sin el Espíritu, Dios queda lejos, Cristo permanece en el pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia pura organización, la autoridad tiranía, la misión propaganda, el culto mero recuerdo y la praxis cristiana una moral de esclavos.

El Espíritu es la vida plena para los cristianos. Y lo más maravilloso de todo es que ese Espíritu que bajó sobre María y los apóstoles el día de Pentecostés, baja también al corazón de cada cristiano el día de su bautismo, el de su confirmación y cada vez que se celebra un sacramento. De hecho, siempre que celebramos la eucaristía pedimos al Espíritu que transforme el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor y él es quien lo realiza. De esta forma esperamos que el Espíritu convierta también nuestro mundo, por medio de nuestro trabajo apostólico, en el Reino de Dios.

El Espíritu, nos ha dicho Pablo en la segunda lectura, habita en el corazón del creyente y le hace hijo de Dios, de tal forma que le puede llamar a Dios padre, “papá querido”. El Espíritu es libertad, por eso quien posee el Espíritu verdadero de Dios no puede vivir en el temor, en la esclavitud, sino en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Quien tiene el Espíritu no es esclavo ni de sus pasiones, menos aún de los demás. Nadie ha sido más libre que los santos, en quien el Espíritu se manifestó de forma plena y sorprendente. Ellos supieron vivir al soplo del Espíritu. Por ejemplo, la Beata Teresa de Calcuta no dudó en dejar su congregación de dedicada a la enseñanza para seguir la voz del Espíritu que la pedía que se dedicara a los más pobres de entre los pobres. Los fundadores de Císter dejaron su monasterio para ir a vivir el radicalismo evangélico que el Espíritu les pedía sin saber muy bien qué ni dónde.  El Espíritu es libre y hace personas libres, por eso se le representa por el fuego, por el viento impetuoso. Los hombres deseamos la libertad pero a la vez la tememos. Haciendo esto somos infieles al Espíritu de Dios.

El Espíritu Santo, si me permitís hablar así, es la Persona más humilde de la Santísima Trinidad. Es el don de Dios que se insufla en el corazón de los hombres. Se nota su acción pero en la discreción. Mueve los corazones pero discretamente. Hace a los hombres hijos de Dios y los santifica pero poco a poco.

La Tercera Persona de la santísima Trinidad sirve de unión, de lazo aglutinante en el amor al Padre y al Hijo. Es el amor desbordado y desbordante de la Trinidad que llega hasta nosotros y en nosotros también hace lo mismo: sostiene lo débil, afirma lo enfermizo, hace crecer lo que está menguado,  y sobre todo une a los hombres, en su interior y entre sí. Él es como el gluten, el pegamento que une las almas sin uniformizar. Ama la diversidad y a cada persona la da un don particular pero siempre para beneficio del cuerpo entero que es la Iglesia no sólo para beneficio propio.

Donde está el Espíritu se nota porque las personas salen de sí hacia los demás olvidándose de sí mismas, como hace el Espíritu, y entregan a los demás sus dones particulares sin hacerse notar mucho, simplemente amando y donándose hasta la kénosis total.

El Espíritu nos lo enseñará todo, nos ha dicho el evangelio. Él es el Maestro Interior que nos enseña la verdad y que reposa en el corazón de cada creyente. Verdad en el evangelio no es una doctrina, una enseñanza, sino la vida de Jesús, una vida entregada por amor. Esta es la verdad que el Espíritu nos enseña y que nos recuerda. La verdad de que sólo el amor vale la pena, de que la vida se gana cuando se entrega, de que el hombre es mucho más que materia y está llamado a la felicidad eterna con Dios que ya ha empezado en esta tierra.

El Espíritu nos hace semejantes al Hijo, es el escultor que talla en nuestro corazón los sentimientos y pensamientos de Cristo.

 

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DOMINGO DE PASCUA  2013

Queridos hermanos:

1 – Estamos celebrando la Pascua de este año en que el Señor, de nuevo, nos convoca para celebrar su vida, su amor, que es más fuerte que la muerte. Sí, el amor es más fuerte que nada por eso la muerte no podía vencer al amor de Dios por nosotros hecho carne en Cristo. Por eso la resurrección de Jesús es el “sí” de Dios a la compasión, el cariño y la ternura que Cristo nos manifestó en su vida. Nuestro Dios es un Dios de vida y de amor. Pero podemos preguntarnos ¿queremos nosotros creer en este Dios? Normalmente nos cuesta más alegrarnos con el que se alegra que llorar con el que llora, no sé por qué pero así se puede constatar día tras día.

El Señor resucitado lo primero que quiere hacer con nosotros es descorrer la losa de nuestro sepulcro, aquel en el que yacemos. Quitar la losa que nos oprime, vivir libres y liberados, alegres. Pero María Magdalena, según nos cuenta el evangelio eso le produjo miedo: ver la losa del sepulcro quitada y echar a correr fue todo uno. Y es que nos da más miedo la libertad que cualquier otra cosa, preferimos hacer lo que todos hacen, decir lo que todos dicen, creer lo que todos creen. Y esta es la losa que nos aplasta. Hasta que no nos quitemos de encima esta piedra, el miedo a ser diferentes, no podremos vivir en la libertad que nos trae Cristo Resucitado. Hermanos no tengamos miedo: es lo primero que dice Jesús a las mujeres el día de Pascua, no tengamos miedo a ser libres, a preocuparnos de cosas diferentes que el dinero, que el placer y las cosas materiales, no tengamos miedo a buscar los bienes de allá arriba, no tengamos miedo a amar a Cristo y a nuestros hermanos con corazón desbordado. Esta es la verdadera libertad y la verdadera alegría que nos trae Cristo Resucitado.

2 – Pedro y Juan, por otra parte, van al sepulcro a percatarse por ellos mismos de lo que cuenta María Magdalena. Juan era el discípulo que amaba Jesús pero no por eso se vuelve engreído, sino que deja paso al otro discípulo, a Pedro, aunque este había traicionado al Maestro y no le había acompañado en su Pasión al contrario que Juan. No, el amor de Jesús no engendra rivalidades sino amor, no levanta envidias sino reconciliación, no mira las preferencias y los primeros puestos sino que deja paso a los otros para que sean los primeros. En realidad el discípulo amado había entendido muy bien a Jesús y había hecho vida sus palabras. Por eso el discípulo amado pudo ver esas pocas señales: lienzos desordenados, sudarios, mortajas y creer sin más. Pedro aún debería hacer el examen del amor: ¿me amas? que el Maestro resucitado le hará un poco más adelante para entender el camino del evangelio y poder pastorear las ovejas que Jesús le encomienda.

3 - Realmente el discípulo a quien tanto quería Jesús, como dice el evangelio, es un prodigio de discípulo, imagen de lo que estamos llamados a ser cada uno de nosotros. Él se deja guiar por el corazón no por los ojos, se deja llevar por la intuición del amor por el que se ha sentido amado por Jesús, y cree lo más increíble con solo ver unas cuantas señales más bien anodinas: que un muerto vive. Porque quien se ha sentido amado por alguien alguna vez hasta la médula sabe que ese amor es en realidad lo que le da vida como persona, lo que le llena de alegría, optimismo y le vuelve más intuitivo; porque quien se ha sentido así amado sabe que lo más importante de la vida está oculto a los ojos, lo más importante solo se puede ver con el corazón, la realidad del amor. Queridos hermanos, todos nosotros somos amados por Jesús con un amor especial, por eso, todos nosotros, podemos hacer la experiencia del discípulo amado: sentir que Jesús ha resucitado sin más pruebas que el amor y la vida que sentimos en nuestro corazón. ¡Dichosos nosotros si creemos sin ver! La gente, el mundo, está necesitada de nuestro testimonio. Aunque parezca que rechace la fe, en realidad quiere creer. Pero no creerá si no hay nadie que les predique. Y la predicación que todo el mundo entiende es la del testimonio del amor cristiano. Vivamos pues radicalmente nuestra condición cristiana como hijos del Resucitado, llamados a una vida nueva y eterna de gozo con el Señor.

 

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VIGILIA PASCUAL 2013

Queridos hermanos:

1 – “El Señor ha resucitado”, “verdaderamente ha resucitado”. Así se saludan los fieles ortodoxos unos a otros durante la Pascua que hoy comienza y que se prolongará durante cincuenta días. Y es que el anuncio de la resurrección de Cristo es tan increíble que conviene repetirlo muchas veces para ser entendido como conviene.

El Señor en esta noche nos invita a la alegría. Toda la vigilia ya transcurrida con sus símbolos nos llevan a ello: el fuego, la luz, el canto, las campanas, las lecturas escogidas…¡Cómo no alegrarnos cuando el Señor nos ha dicho en las lecturas que se han proclamado: “con amor eterno te quiero…aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no se retirará de ti mi misericordia, ni mi alianza de paz vacilará”!

Santo Domingo Savio, un adolescente educado por S. Juan Bosco decía: aquí la santidad consiste en estar siempre muy alegres. Y el mismo S. Juan Bosco decía que la alegría era para él el mandamiento número once. Y escribía: “el primer y principal engaño con que el demonio suele alejar a los jóvenes de la virtud es hacerles pensar que servir al Señor consiste en una vida triste y alejada de toda diversión y placer”.

El cristianismo, bien nos lo recuerda esta Noche Santa, es luz, alegría,  resurrección. Y el cristiano es el hombre que cree, que se deja invadir y transformar por esa liberación que le viene de otro, de Jesús resucitado. ¡Sentimos tantas tentaciones de resistir a la dicha! Realismo lo llamamos. Pero la verdad es que aceptar creer en la alegría es casi, casi, aceptar renunciar a nosotros mismos. Nuestra tristeza es la medida de nuestro apego a nosotros mismos, a nuestros miedos, a nuestras desesperanzas. Y nuestra alegría es la medida de nuestro apego a Dios, a la esperanza, a la fe. Nuestra negativa a la dicha es, pues, nuestra negativa a Dios.

Los Padres de la Iglesia decían que no hay más que un solo remedio para curar la tristeza: dejar de amarla. ¡Tenemos que hacerle a Dios el sacrificio de ser felices! Creer en él es creer que él es capaz de hacernos felices. Como nos decía el evangelio: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí”. Jesús está en la vida no nos empeñemos en buscarle en la muerte porque allí no está.

Para muchos de nosotros, la cuestión difícil no está en saber si tenemos fe en la resurrección, sino en saber si sentimos ganas de resucitar, y por lo mismo de vivir y vivir para siempre.

Solamente Dios puede soportar una vida eterna porque solo Dios ama lo bastante para ser eternamente feliz.

Nuestra fe, nuestra esperanza de resucitar, para nosotros y para los demás, depende estrechamente de nuestra capacidad de amar. Nuestra capacidad de redención, nuestra capacidad de resurrección, están a la medida de nuestra fuerza de amar. “Creer es solo amar, y nada puede ser creído sino el amor… La única recompensa es el amor mismo. Las buenas obras han de ser eco del amor, de lo contrario carecen de valor” (H. Urs von Balthasar).

La cuestión crucial que Cristo nos plantea en esta noche de Pascua es: ¿Crees tú que yo soy la resurrección y la vida? ¿Crees tú que yo puedo resucitar a un muerto, a ese muerto que eres tú? Porque lo esencial no es resucitar dentro de diez, veinte o cincuenta años, sino vivir y resucitar en seguida. El cristiano cree que la vida eterna ya ha comenzado en él y vive como tal, como resucitado.

Este es el mensaje que debemos dar al mundo. ¿Cómo queréis que el mundo conozca la resurrección de Cristo, si no es por medio de nosotros? No hay más que una prueba evidente de que él ha resucitado: que su amor sigue obrando en la vida de sus discípulos, que existen personas y comunidades que viven de su vida y que se aman con su amor.

San Agustín nos refiere que, durante la noche de Pascua, los paganos no dormían, llenos de inquietud. Por la mañana, al amanecer, se encontraban por la calle con los neófitos transfigurados. “En esta aparición, nos dice el santo, muchos reconocieron a Cristo”. El único rostro que Cristo puede mostrar hoy a nuestros contemporáneos para convencerlos y convertirlos, es el nuestro, el de nuestras comunidades. Somos nosotros los que debemos demostrar la resurrección de Cristo; ¡somos los testigos de que Cristo ha resucitado! Y aunque nuestra fe sea poca y débil, esa poca y débil fe es la que hay que compartir para que pueda crecer.

¡¡Feliz Pascua de Resurrección a todos!!

 

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VIERNES SANTO  2013

Queridos hermanos:

Hoy es el día de la cruz, del amor más grande, de la entrega absoluta porque absoluta fue la injusticia que le llevó a Jesús a la muerte.

Hoy la cruz aparece centrándolo todo, abarcándolo todo, regándolo todo.

Hoy no hay más sacramento que el de la cruz porque con él está dicho cuanto debía ser dicho, está sanado cuanto estaba enfermo, está perdonado cuanto se había pecado.

Y en la cruz un crucificado con las sienes abiertas, con la carne rota, con el corazón rasgado  por si aún queda algo de sangre en ese cuerpo maltrecho.

Todo nos lo dio en la cruz el Crucificado: su agua y su sangre, su Madre y su Espíritu,  su amor y su aliento.

Si alguien dijera que mirando al traspasado nada siente es que ya el mundo se ha tornado impío, el corazón del hombre se ha hecho hielo. Porque cada gota de sangre que llega hasta el suelo va repitiendo, por ti, por ti, todo esto es por ti. Por tu amor y tu rescate.

Pilato lo dijo bien a las claras: ¡Aquí tenéis al hombre verdadero¡ Porque verdadero es y sin mixtura el amor de quien todo lo dio por complacernos. Porque de amor se hace el hombre y sin él es solo polvo sin remedio. Bien lo sabía Dios que en el barro insufló su aliento para que el hombre fuera imagen suya, amor sincero. Pero el pecado lo torció y el odio ciego ocupó el sitio de todo amor sincero.

Si el mortal dejase por un momento su orgullo, y liberara sus ojos de tantos ensueños contemplaría aquí al hombre perfecto, modelo de todos nosotros. Sólo Dios y Dios crucificado, da al hombre su verdadera medida. Una medida colmada, remecida, rebosante.

Porque incluso las más profundas heridas no anulan la verdad del hombre. También los pequeños, los dementes y ancianos, los fetos, también ellos y, sobre todo ellos, son, en la medida de Cristo, los hombres perfectos.

¡Qué extraña medida la de este Dios sufriendo! Que cambia las pesas humanas para dar a lo débil más peso.

En la cruz se concentra lo más opuesto: la ruindad de los hombres, sus odios ciegos y la bondad del que pende, su amor verdadero.

Si él nos dio el mejor vino nosotros agrio se lo devolvemos; nosotros dejamos a su madre sola, él le pide que extienda su manto para acogernos a todos; nosotros nos repartimos sus ropas como viles despojos, él nos da en ellas su vida y su todo; nosotros le clavamos para quitarle el aliento, él nos da con su último aliento su Espíritu Santo; nosotros le abrimos el pecho ya muerto, él no se cansa de darnos el agua y la sangre de su sacramento.

¡Con cuánta razón se hizo de la cruz el distintivo cristiano! ¡Ese es, paradoja, el mejor regalo que pudo dejarnos!

¡Cuántas lágrimas derramadas y, mejor, cuántas vidas salvadas, cambiadas, por semejante espectáculo! ¡Ojalá esté la nuestra entre ellas! 

Pero el corazón sabe que tanto amor derramado no puede caer en el vacío de la negrura. La muerte fue dueña cuando el hombre pecó diciendo “no” al gran amor que Dios le mostrara. Pero Cristo con su amor mató a la muerte en su campo  de batalla, amando al Señor y al hombre pecador. La cruz es símbolo del amor más grande, pero una cruz resucitada. El amor no puede quedarse en nada, porque es de Dios, la chispa que habita el alma.

Aliviemos al Señor en todos los sufrientes porque él sigue en actitud de entrega con aquel que aguanta y con el que desfallece. Seamos Cireneos que al Señor ayuden a llevar su cruz por los caminos del hombre. 

Y te echaste en la cruz, maldición pura,

y subiste a la cruz, manso cordero,

cosido con los clavos al madero,

el expolio, la sangre y la tortura.

 

         Lo vimos sin encanto y hermosura,

una llaga y dolor el cuerpo entero,

oveja destinada al matadero,

desecho de la gente, una basura.

 

         No viniste, Señor, en plan glorioso,

sobrevolando y huyendo las dolencias;

bajaste a nuestro infierno, a la desgracia.

 

         Yo beso tu dolor, sangrante esposo,

que asumes mi dramática existencia

la salvas con tu amor y con tu gracia. Amén.

 

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JUEVES SANTO  2013

Queridos hermanos:

1 – Con la celebración de esta tarde inauguramos el Triduo Pascual de este año, los días del año en que conmemoramos y revivimos el centro de nuestra fe, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Son muchas las cosas que recordamos en esta tarde en que toda la iglesia se reúne alrededor del altar y tan grandes que parecen apabullarnos.  En esta tarde el amor de Dios hacia cada uno de nosotros se hace más palpable, casi masticable porque el amor de Dios se hace pan y vino para acompañarnos en nuestro camino, para infundirnos la fuerza de Dios en nuestra peregrinación. De siempre a la eucaristía se le ha considerado como viático, es decir, en su sentido etimológico, como compañero de nuestro camino cristiano, porque el camino supera las fuerzas de cualquiera de nosotros. Pero la eucaristía no es solamente el cuerpo y la sangre de Cristo, sino ese cuerpo y esa sangre en su acto de entrega por nosotros, en su sacrificio.  Por eso, decía san Pablo en la segunda lectura que cada vez que comemos este pan y bebemos este cáliz proclamamos la muerte del Señor. Siendo así la maravilla de esta realidad no extrañan las palabras de Charles Peguy cuando decía que los cristianos asistían al calvario cada vez que van a misa pero después bajan de él  charlando de las cosas más profanas. En la eucaristía celebramos la muerte y la resurrección de Jesús ya eternizadas, hechas intemporales para que podamos beber y transformarnos con ellas los cristianos de todos los tiempos.

2 - Pero la eucaristía no es un sacramento, podríamos decir, intimista, es decir, hecho solo para gozar de él en el interior de cada uno de nosotros. La Iglesia, sabiamente, ha puesto como evangelio de esta celebración de la Misa de la Cena del Señor el episodio del lavatorio de los pies. Y es que el lavatorio es un signo, un símbolo, una parábola de las que tanto gustaban a Jesús por la que nos explica la eucaristía. Jesús es nuestro siervo tanto en el lavatorio de los pies como en la eucaristía pues aquí se pone también el delantal para servirnos en la abundante mesa de su cuerpo y sangre. Jesús nos manda renovar su memorial eucarístico pero también nos manda renovar su lavatorio de los pies con nuestros hermanos: “Si yo os lavado los pies… os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis lo mismo”. En la eucaristía hay uno que preside, pero en realidad su ministerio es el servicio, como Jesús en el lavatorio de los pies: el sacerdote no tiene poderes especiales, sino un servicio que ofrecer, un ministerio que recibió en orden a todo el pueblo santo de Dios. En la eucaristía Jesús entregado se parte para alimento de todos, como al lavar los pies de sus discípulos Jesús se hace  siervo y esclavo de todos. La eucaristía es misión, envío, la misión de lavar los pies, de amar y servir a nuestros hermanos abajándonos hasta ellos, dando la vida si es preciso por ellos.

Es tanto el amor que se derrama en la eucaristía de Dios hacia nosotros que da pena ver a los cristianos cómo medimos nuestra fe en ella, pensando si hoy es día de precepto o no, si vale con llegar al ofertorio. Podemos repetir lo que decía Peguy en el siglo XIX, los cristianos tenemos acceso a la redención de Jesús cada día pero preferimos hablar de nuestros temas. Que la celebración de hoy nos sirva para renovar nuestra fe y nuestro hambre de eucaristía. 

Hace poco me visitaba un joven que había estado en una secta satánica, llevaba aún el número de la Bestia, el 666 tatuado en su piel, y hacía unos 4 meses se había convertido por medio de la oración de unos sacerdotes y había vuelto a la fe. Este me preguntaba si no era demasiado difícil ser cristiano. Creo que había entendido bien la fe porque, efectivamente, no es fácil ser cristiano ya que supone hacerse esclavo de todos como lo fue Cristo por eso hay muchos que rechazan la fe.

3 - Se entiende así fácilmente por qué hoy es el día del amor fraterno. La eucaristía, la entrega de Jesús por todos nosotros es el amor más grande, sincero y desinteresado que podamos tener en este mundo. Y se entiende también que hoy conmemoremos la institución del sacerdocio cristiano. Este ministerio se nutre de la última Cena de Jesús donde instituyó la eucaristía y donde lavó, con el gesto más humilde que hubo en  su vida, los pies de sus discípulos. Hoy, creo yo, con la escasez de vocaciones al sacerdocio y con la falta de comprensión social del mismo, estamos en un tiempo oportuno para volver a lo esencial de él dejándonos de oropeles que no casan bien con el evangelio. El ministerio presbiteral es un carisma eclesial y, como todo don de Dios, está puesto en orden a la edificación de la Iglesia en el amor y desde el servicio. La vida de muchos presbíteros es así.

4 – El culto que Dios nos pide en la eucaristía nos lo atestigua bien este hermoso relato. Hubo una vez un monje cuyo sueño era ir al sepulcro del Señor. De aldea en aldea, fue recogiendo limosnas y al cabo de muchos años, ya siendo viejo, logró reunir el dinero necesario para el viaje. Hizo penitencia, obtuvo el permiso de su superior y partió.

Apenas había salido del monasterio, vio a un hombre harapiento, escuálido y triste. El hombre, al oír resonar el cayado del peregrino sobre las piedras, levantó la cabeza. “¿Adónde vas, padre mío?”, le preguntó. “Al Santo Sepulcro, hermano, a Jerusalén. Daré tres vueltas alrededor del Santo Sepulcro y me prosternaré allí a hacer oración”. “¿Cuánto dinero tienes para eso?”. “Treinta libras”. “Dámelas a mí; tengo mujer y niños y tienen hambre. Dámelas, da tres vueltas alrededor de mí, arrodíllate y prostérnate ante mí y después vuelve a tu monasterio”.

El monje sacó de la bolsa las treinta libras, se las dio al pobre, dio tres vueltas a su alrededor, cayó de rodillas, se prosternó ante él y en seguida se volvió al monasterio.

Y es que el mismo que dijo: “Haced esto en conmemoración mía”, dijo también: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”. Que el Señor nos de su gracia para entender esto esta tarde.

 

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DOMINGO DE RAMOS  2013

Queridos hermanos:

1 – La liturgia del Domingo de Ramos es una liturgia de contrastes radicales. Comienza por una aclamación a Cristo, hijo de David, bendito en su venida hacia nosotros, con una procesión en su honor e, inmediatamente, los textos de las lecturas proclamadas se tornan dramáticos, con explícita referencia a la Pasión de Cristo. Es, creo yo, una clara referencia a nuestra vida. También en ella hay momentos de gloria y de sufrimiento que a veces se suceden con una rapidez inusitada, de modo que en un mismo día puede haber momentos de gozo y de pena extrema. Esta es nuestra existencia que el Señor toma también como suya y la comparte con nosotros.

2 – Acabamos de leer la pasión según san Lucas. Escuchar la pasión de Nuestro Señor es siempre emocionante, es escuchar la historia del amor más grande, del amor más verdadero del mundo, porque nada espera a cambio, porque nos ama sin merecerlo. La historia de la Pasión de Cristo es la mayor de las injusticias humanas pero de la que Dios saca el mayor bien para el hombre. ¡Cuántas vidas ha cambiado la historia de la pasión y muerte de Cristo! ¡Cuántos santos se han sentido urgidos a gritar al mundo este amor! Me amó y se entregó por mí, nos dice S. Pablo y Santa Teresa de Jesús dice también: “Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso el primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero” (Vida 22, 6).

Pero cada evangelista hace hincapié al narrar la Pasión en algún aspecto que le es propio. Así, Lucas nos presenta a Jesús orando muchas veces. “Orad para que no caigáis en tentación”, dice a sus discípulos. Solo con la oración puede Jesús superar su propia tentación. Y solo la oración puede fortalecer a los discípulos en los muchos combates que les esperan. Sin la oración nos comen los miedos y nos dejan sin esperanza alguna. Y nunca estaremos solos en nuestra oración: Dios enviará también a su ángel para que esté junto a nosotros y nos renueve las fuerzas en nuestro camino.

Incluso en la cruz, Jesús se muestra como el orante. Él reza por sus propios verdugos: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Y así, quien ve el amor de Jesús por sus asesinos puede confiar en que también él será perdonado siempre: “no sabe lo que hace”. El pecado original nos dejó sin el conocimiento del bien y sin fuerzas para realizarlo aunque lo conozcamos; esta es la historia de la calamidad humana más grande. Quien contempla en Jesús crucificado la disculpa y el perdón amoroso de Dios sabe en lo hondo de su corazón que todas sus culpas han sido también perdonadas. La culpabilidad puede pesar en el hombre tanto que le deje inactivo, sin fuerzas. Jesús en la cruz nos libera de ese peso mortal disculpando y perdonando nuestro pecado. Ojalá que nosotros también nos disculpemos y perdonemos a nosotros mismos y a los demás.  

Jesús, en el evangelio de Lucas que ahora nos ocupa no murió con un grito, sino rezando: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Mientras las trompetas del templo de Jerusalén resonaban para llamar a la oración de la tarde, Jesús ora de este modo con una frase tomada del salmo 31. Este salmo era la oración que los judíos piadosos rezaban al atardecer. Jesús en la muerte, se entrega en los brazos amorosos del Padre, Así vuelve al hogar con su Padre, al que se refiere con la expresión Abbá, papá querido. La muerte no es para Jesús, aún estando crucificado, algo horrible, sino la plenitud de su amor hacia su Padre, el fin de su camino, el cumplimiento más perfecto de su voluntad porque le ama. De este modo nos hace ver que en la muerte nosotros no caemos en la nada, sino en el amor de Dios.

4 – Lucas también advierte a sus lectores que no deben dejarse caer simplemente en una compasión estéril cada vez que leen o meditan la pasión de Jesús, porque lo que realmente importa es convertirse y cambiar de vida. Jesús no quiere la compasión de las mujeres que salen a su encuentro en el camino de la cruz, sino su arrepentimiento. Así las dice: “Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos”.  La pasión de Jesús quiere transformar nuestros pensamientos y nuestras actitudes. Quiere dejarnos cambiados y transformados. La muerte de Jesús quedó colgada a través de los siglos como la más estentórea llamada a la conversión que Jesús ha lanzado a lo largo de su vida.

5 – Estas son unas cuantas pinceladas sobre la pasión según san Lucas para que nos sirvan en este tiempo sagrado.. La Semana Santa es tiempo de estar con él, de meditar la pasión, de dedicarnos a las obras de caridad y misericordia para parecernos un poco más al amor que no tiene medida de Dios. Este es mi deseo para estos días santos.

 

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