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Entrevista al abad Fr. Roberto

«Primero tenemos que encontrarnos con Dios, y, desde ahí, todo lo demás»
30 de junio de 2025 por
Entrevista al abad Fr. Roberto
Monasterio Cisterciense de San Pedro de Cardeña

(Revista Ecclesia) Roberto de la Iglesia lleva 35 años en el monasterio de San Pedro de Cardeña, muy cerca de Burgos. Y hoy es su abad. Aunque él le da una importancia relativa. Lo importante es ser monje. Él descubrió su vocación a través de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio y en la vida de oración en un grupo ignaciano. «Al descubrir la vida interior, que estamos habitados por dentro, y el mundo de la oración, dije que me quería dedicar a eso toda la vida», explica en la entrevista con ECCLESIA durante su paso por Madrid para participar en Encuentro de Abadesas, Abades y Priores que organiza anualmente la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada. Entonces tenía 15 años y no entraría en el monasterio hasta una década después.

—¿Cómo es la vida de un abad hoy?

—Yo procuro ser monje, entré en el Monasterio para ello. Luego, con el tiempo, los hermanos quieren que asumas este servicio de la autoridad y procuras hacerlo de la mejora manera, siguiendo nuestras constituciones, muy sinodalmente. La gente se piensa que un monasterio es como un cuartel militar y, desde luego, no es así. Todo el mundo participa en las decisiones, cada uno tiene su parte de responsabilidad. La comunidad es decisiva. Como dice san Benito, el abad está en función de la comunidad y de la regla. Es el último en el escalafón. Y es el primero que vive la regla. Como ya he dicho, uno entra al monasterio para ser monje, no abad.

—¿Y cómo es el día a día de un monje cisterciense?

—Nos levantamos pronto, como mucha gente, porque tenemos la costumbre de rezar antes de que salga el sol. A las 4:30 horas nos suena el despertador y empezamos la oración a las 5:00. Nos acostamos a las 22:00 horas. En la rutina diaria hay mucho tiempo de oración, litúrgica y personal, y de lectura de la Sagrada Escritura y estudio. Y también está el trabajo, que es sencillo y humilde. Después está la vida comunitaria, que lo permea todo. Aunque vivimos en silencio, porque nuestra vida exige ciertas formas —el silencio y la soledad—, la vida comunitaria está siempre presente. Rezamos juntos, trabajamos juntos, vivimos juntos…

—Me decía que el trabajo manual era sencillo… ¿A qué se dedican?

—Estamos pluriempleados. Hay trabajos como la huerta, la cocina, la lavandería o la limpieza de la casa. Y otros más específicos, como la atención a los enfermos, la administración, la hospedería y la tienda, pues tenemos una bodega.

—¿Cómo es la relación con el exterior?

—Mucha gente se acerca al monasterio. Siempre digo que los monjes y las monjas nos retiramos un poco de la sociedad por vocación, pero, a la vez, la sociedad y la gente viene a nosotros. Nos separamos, pero, al mismo tiempo, damos a los demás y ellos nos dan a nosotros. Hay personas que vienen a la liturgia, a la hospedería o a las visitas turísticas. Nosotros hacemos esas visitas y, por tanto, siempre nos cuestionan sobre nuestra vida, lo que hacemos, cómo vivimos. Llevo 35 años en este monasterio y la relación con la sociedad es muy fuerte, con creyentes y no creyentes. Estos últimos ven los monasterios como lugares especiales donde se cultiva la paz, donde la acogida es para todos. Esto me ha sorprendido y me sigue sorprendiendo. Además, quienes acuden a los monasterios demuestran una gran calidad espiritual. Muchos buscan un lugar para tener un encuentro más íntimo con Dios y nosotros le ofrecemos esa posibilidad.

—Aunque vivimos en una sociedad secularizada, ¿perciben que hay una especial sed de Dios en estos momentos?

—El mundo parece que está más secularizado, pero nosotros percibimos un ansia grande de búsqueda de Dios y de la esencia de la vida, porque Dios y el hombre coinciden. En lo hondo del hombre está Dios. Quien busca a Dios se encuentra también con el hombre y viceversa. Percibo esa búsqueda más intensa. Y hay mucha gente que se acerca a los monasterios diciéndonos que nadie escucha hoy y reconociendo que nosotros seguimos cultivándola. A veces, exige tiempo, esfuerzo y energía, pero intentamos cuidarla. Muchas personas se acercan para dirección espiritual, para confesarse o contarnos sus cosas.

—¿Qué puede aportar la vida contemplativa a la sociedad de hoy?

—La vida contemplativa muestra el sentido trascendente de la vida de una manera sencilla. Te hace entrar en lo hondo de ti mismo y encontrar allí a Dios. Es la sabiduría que los monjes han cultivado desde siempre. Es lo mejor que podemos ofrecer a la sociedad, pero también a la Iglesia. A veces, esta está muy preocupada por salir, que está muy bien, por evangelizar, pero si uno no se ha encontrado consigo mismo y con Dios, se acaba anunciando a sí mismo. Primero tenemos que encontrarnos con Dios, y, desde ahí, todo lo demás. Pero si lo primero no ha sido, lo segundo mejor que no sea, porque acabamos vendiendo un estilo mundano, un Evangelio que no es.

—¿Cómo evangeliza un monasterio?

— Siempre digo que la evangelización es, sobre todo, la del corazón de uno. Uno no puede entrar en el corazón de otro a convertirlo, como dice san Agustín. Te quedas en el oído, pero en su corazón solo entra Dios. Y en eso estamos empeñados los monasterios. Cada monje y cada monja trata de escuchar cada día al Señor y convertir su corazón. Ahí está el secreto. Desde ahí se puede hacer todo. Y creo que podemos recordar a la Iglesia esta gran verdad: que la evangelización se cumple si se evangeliza el corazón propio primero.

—¿Cuáles son los principales desafíos de la vida monástica?

—Más que los números y el envejecimiento, nuestro principal desafío es la vida comunitaria. Si la vida de comunidad no va bien, a lo demás hay que ponerle un interrogante.

—Los monasterios siempre han sido centros generadores de cultura. ¿Lo siguen siendo?

—Seguimos contribuyendo. En primer lugar, ahondando en la vida de oración, porque para nosotros es esencial. 

También lo hacemos con el estudio y la lectura. Normalmente, estudiamos teología. Todo esto nos ayuda a la hora de hablar y orientar a las personas que se acercan al monasterio. También hay publicaciones.

Y una última pregunta. ¿Cómo se vive la muerte de un Papa y la elección de un nuevo sucesor de Pedro desde el monasterio?

—Nos chocó cómo todo el mundo estaba pendiente de la Iglesia esos días. Aunque muchos muestren desafecto hacia ella, ahí estaban todos mirando. La Iglesia todavía cuenta en la sociedad. Hemos sentido un sentimiento de orfandad con la muerte de Francisco, pero también la sorpresa de ver a otro religioso como Pontífice. León XIV tiene un currículum y unas capacidades que abruman. Sin embargo, se le ve muy sencillo, humilde. Es lo propio de los hijos de san Agustín. Nosotros decimos que, sea quien sea, apoyamos al Papa. Estamos todos en la misma barca, que es la Iglesia.